martes, 8 de marzo de 2016

La maestra salvaje: Tucídides y el “realismo geopolítico” en Occidente


Desde el punto de vista de la “razón imperial”, vale decir, de los presupuestos con los que Occidente ha intentado legitimar su dominación, uno de los momentos fundadores lo constituye la  “Historia de la guerra del Peloponeso” de Tucídides (460-400 AC) magna obra cuya importancia, para la formación de estadistas y estrategas en Occidente, no puede exagerarse. Libro de cabecera, a lo largo de los siglos, de reyes y emperadores (nada menos que Carlos V hizo que su secretario lo tradujera al español en 1564) ha sido objeto de estudio, de manera exhaustiva, en épocas más cercanas, por parte de los más diversos estrategas de la geopolítica anglosajona y alemana. Su influencia en las academias de estudios internacionales, de formación militar y geoestratégica, durante las dos Guerras Mundiales y la Guerra fría, ha dejado profunda huella en la visión político-militar de Estados Unidos y de la OTAN. Cuando los oficiales de la marina de guerra norteamericana comienzan a asistir a los cursos avanzados de estrategia, en el U.S. Naval War College, lo primero que se les entrega es una copia de la “Historia de la Guerra del Peloponeso” de Tucídides.


Cabe agregar que el comentarista de Tucídides de mayor influencia en los últimos años, Donald Kagan fundó, junto a su hijo Robert, el movimiento neoconservador en ese país. El ascendiente de Kagan, sin duda, se extiende más allá de la órbita republicana y del departamento de literatura clásica de Yale: la esposa de su hijo Robert, Victoria Nuland, es la actual subsecretaria para Asuntos Europeos y de Eurasia  de Barack Obama. Basten las referencias anteriores para advertir que cualquiera que crea que leer a Tucídides, en el contexto de la actual coyuntura geopolítica, es un mero ejercicio conceptual o de filología clásica se equivoca profundamente.


Esencialmente porque Tucídides puede ser considerado como padre del llamado “realismo político” y de la expresión de esa perspectiva en las relaciones internacionales y la geopolítica. Partiendo de una visión profundamente pesimista de la “naturaleza humana” y de lo que sería un supuesto apetito natural de dominación propio de esa “naturaleza”, el aristocrático historiador ateniense se propuso describir y analizar las causas, el desarrollo y las consecuencias del vasto conflicto bélico que enfrentó a las dos potencia más poderosas de la Hélade entre el 431 y el 404 A.C.

Tucídides se separa claramente de la historia escrita en Grecia, particularmente de la producida por Heródoto y sus continuas referencias, en los Nueve Libros de la Historia, a dioses y relatos mitológicos. “El hijo de Oloro y ateniense de nación” se propone explicar los acontecimientos históricos a partir de una descripción fría de las decisiones humanas, registrando su inextricable mezcla de pasiones y cálculos, apuntando al “miedo”, al “honor” y al “interés” como causas del conflicto entre Atenas y Esparta, especialmente al miedo espartano a la creciente expansión ateniense.  “La guerra es una maestra salvaje” nos dice Tucídides y su voz llega a nosotros después de haber atravesado incontables incendios, destrucciones, matanzas, auge y caída de imperios, ejércitos victoriosos o aplastados en todos los rincones de la tierra. Y es que este ateniense que despreciaba la democracia y que apenas podía encubrir su admiración por Esparta se propuso, con su “Ἱστορίαι”,  registrar las principales lecciones de esa severa maestra como “un don para todos los tiempos por venir”.


En el siglo quinto antes de Cristo, las dos ciudades-estado se encontraban en su momento de máximo poderío y expresaban dos paradigmas contrapuestos desde el punto de su estrategia militar: Esparta como gran poder de la tierra, a través de su formidable ejército y Atenas en tanto potencia marítima con una flota de trirremes sin rival. Precisamente la estrategia diseñada por Pericles se basó en utilizar el poder naval de Atenas para hostigar a Esparta, desgastarla, sin arriesgarse nunca a un combate terrestre decisivo. Luego de casi tres décadas, socavada por la peste, por errores de tipo estratégico (como la trágica expedición a Sicilia) frente a una Esparta que pactó con otro gran poder terrestre como el persa, Atenas debió rendirse terminando, de este modo, el periodo de mayor esplendor de la cultura griega. No es una ironía menor que el vencedor haya quedado muy debilitado y a merced del imperio aqueménida.

La contraposición entre Atenas y Esparta, entre un poder naval y uno terrestre, va a cobrar un valor paradigmático en el pensamiento occidental en los siglos subsiguientes. No debe subestimarse, por ejemplo, la influencia de Tucídides sobre la decisión de Inglaterra, en la época isabelina, de convertirse en un imperio marítimo en contraposición a los imperios basados en el control del continente europeo como Francia. Nada menos que Thomas Hobbes fue su primer traductor al inglés. Este valor paradigmático de la Historia de Tucídides se encuentra, sin duda, en la raíz de afirmaciones como la de Carl Schmitt en torno a que “la historia universal es la historia de la lucha entre las potencias marítimas contra las terrestres y de las terrestres contra las marítimas”.

Este paradigma ha sido llevado a extremos tal y como la comparación, durante los dos grandes conflictos mundiales siglo XX, de Inglaterra con Atenas como gran poder marítimo y de Alemania o Rusia con Esparta. De todos modos, ecos y trazas de Tucídides se encuentran en la triada que conforman Alfred Mahan, Halford Mackinder y Nicholas Spykman, vale decir, los más importantes estrategas geopolíticos anglosajones en el periodo que va de fines del siglo XIX hasta mediados del XX. Desde luego el fin de la Segunda Guerra Mundial, con la consolidación de la fuerza aérea como arma fundamental y el surgimiento del arsenal nuclear, producirían mutaciones de primer orden en la vieja contraposición geoestratégica entre la tierra y el mar. La doctrina nuclear norteamericana de principios de la Guerra Fría, con su énfasis en el uso de armas nucleares tácticas para evitar una hipotética invasión terrestre de Europa occidental por parte del Ejército Rojo es quizá el ejemplo más importante de esta tremenda transformación.


En este mismo contexto de la Guerra Fría podemos advertir la influencia implícita de Tucidides en toda la teorización de Morgenthau sobre la importancia del interés y del poder en las relaciones internacionales o en Leo Strauss y su reivindicación de las supuestas verdades eternas descubiertas por la teoría política clásica.

No es de extrañar, por tanto, que Tucidides vuelva a ser invocado en el contexto geopolítico actual para hablar de la creciente rivalidad entre China y los Estados Unidos. Muy recientemente (septiembre, 2015)  la influyente revista norteamericana “The Atlantic” publicó un extenso artículo en torno al peligro de que Washington y Beijing, en un futuro próximo, caigan en lo que se caracteriza como la “trampa de Tucídides” metaforizando, de ese modo, una supuesta constante geopolítica según la cual el temor, por parte de un poder imperial en declive ante el creciente poderío de un rival, conduce, de manera inevitable a la guerra. También Harvard ha creado, en su centro de Estudios Internacional, un “Thucydides Project” para estudiar los retos que enfrenta Estados Unidos de cara a la creciente influencia mundial de China.



Hay un famoso aforismo de Sun Tzu, el célebre estratega militar chino que vivió hace dos mil quinientos años: “conoce a tu enemigo como a ti mismo y nunca perderás una batalla”.  Conocer a nuestros enemigos implica estudiar a profundidad los presupuestos conceptuales que subyacen en su visión del mundo y, de manera específica, los fundamentos de su pensamiento estratégico.



martes, 2 de diciembre de 2014

Lenin, H.G. Wells y la máquina del tiempo

Imaginemos que H.G. Wells, durante su viaje a la URSS en 1920, lleva consigo un grande y misterioso contenedor trasladando una máquina del tiempo. Como se sabe el propósito central de su viaje es ir al Kremlin y entrevistar a Lenin. Luego de la hermosa entrevista que la historia ha registrado, Wells habla al líder soviético de su legendaria invención. Lo invita a utilizarla para lo cual la hacen trasladar a un sótano de la antigua residencia de los Zares. El aparato es una versión mucho más sofisticada del prototipo de 1895: Wells ha tenido un cuarto de siglo para perfeccionarlo y así se lo hace saber con orgullo a Ulianov. 


 Lenin, desde luego, desea saber sobre el futuro, tan incierto en 1920, de la URSS. Le pide al genial inglés que programe la máquina para poder ver lo que va a ser el futuro de sus líderes fundamentales, especialmente Trotsky y Stalin. Le ruega a Wells y al resto de quienes los acompañan que abandonen el cuarto y durante un lapso de tiempo que enloquece los relojes de pared de todo el palacio y que parece excesivamente breve a los que esperan afuera, Lenin se dedica a la contemplación del futuro.

 A la salida se despide de Wells, agradeciéndole la experiencia. Le pide que comparta con los científicos soviéticos los planos de la máquina a lo cual accede, generosamente, el exquisito caballero inglés. Luego, ya en su oficina y con Félix Dzerzhinski a su lado, convoca de urgencia a Trotsky y a Stalin quienes arriban, apresuradamente, al despacho. “Félix arreste ya mismo a Trotsky y que sea fusilado de inmediato por traición a la URSS, nunca ha dejado de ser un menchevique”. La orden se cumple de manera implacable y mientras se escuchan los ecos del pelotón de fusilamiento en la penumbra de la oficina, Lenin se inclina hacia Stalin quien ha permanecido todo el tiempo sentado, inmutable: “Camarada Stalin, tenemos que trabajar en algunos aspectos de su formación política…hay muchas cosas en juego…”


viernes, 9 de agosto de 2013

“YO ESTABA HABLANDO DE ARTE... NO ESTOY SEGURO DE QUE ELLA LO ESTABA HACIENDO…”


Dentro de la historia, hecha visible con el paso del tiempo, de la Guerra Fría, los “espías de Cambridge” pueden caracterizarse como parte de la operación de inteligencia más exitosa del campo socialista contra los servicios de inteligencia occidentales. No voy a extenderme sobre su impresionante historia que muestra, entre otras cosas, una lealtad, a toda prueba, a la lucha contra el fascismo y contra la sociedad burguesa. Solamente quiero mostrarles el fragmento, tomado de youtube, de un viejo documental de la BBC en el que uno de estos excepcionales “topos” soviéticos, Sir Anthony Blunt, curador de la galería de Arte de la monarquía y miembro del círculo íntimo de la Reina de Inglaterra, comenta sobre el valor de esa colección artística dentro del palacio de Buckingham. Existe, por cierto, una obra de teatro inspirada en la extraordinaria historia de Blunt: “A Question of Attribution” de Alan Bennett.
El video:
http://www.youtube.com/watch?v=BQ8BRj4YWLM&list=PLBH06mr_tKW_SbU36DtHRfh0m_g0mkkt7

Mole & Queens Surveyor Anthony Blunt


 

jueves, 8 de agosto de 2013

UN TESTIGO DEL BOMBARDEO DE HIROSHIMA: SU IMPACTO EN THOMAS MERTON Y ERNESTO CARDENAL


Al comienzo del primer tomo de sus excepcionales memorias (el titulado “Vida perdida”) Ernesto Cardenal evoca su época de novicio, hacia finales de los años 50, en el monasterio de Getsemaní, Kentucky. Allí  se produjo su encuentro con Thomas Merton el cual resultaría de enorme importancia tanto para la poesía como para la teología de la liberación latinoamericana.
 
Puesto que la orden Trapense impone votos de silencio, la directiva del monasterio le asignó un instructor a Cardenal para que practicase, durante una hora a la semana, el idioma inglés. Cardenal rememora, con afecto, a ese instructor que no era monje sino “oblato”, alguien que lleva vida monástica sin tomar los votos. En este caso se trataba del “Hermano Matthew” quien ya tenía, para ese entonces, unos diez años en Getsemaní.
 
A través de la remembranza de Cardenal nos enteramos de que el “Hermano Matthew” era un famoso escritor de guiones cinematográficos de Hollywood, visitado, en el monasterio, por actrices famosas, amigo íntimo de Ernest Hemingway, Maurice Chevalier  y Henry Fonda. En una de las conversaciones con el poeta nicaragüense, “Matthew” le confiesa lo que, probablemente, fue la causa principal de su ruptura con “el mundo”, su adopción de la vida monacal: el 6 de agosto de 1945 él había sido parte de la tripulación del “Enola Gay” durante el lanzamiento de la bomba atómica sobre Hiroshima.
 

“Matthew” había sido designado cronista oficial de esa criminal acción, por parte del gobierno norteamericano, a partir de su vasta trayectoria como escritor de Hollywood. “Matthew”, prosigue Cardenal, le mostró su relato de esa fecha trágica, junto con testimonios gráficos del traumático evento.

El poeta nicaragüense nunca nos dice el nombre autentico de este “oblato” testigo del primer estallido del hongo nuclear. Sin embargo nos da una pista sobre su identidad, nos dice que, como guionista, fue el autor de la popular serie cinematográfica “The Thin Man” producida, con enorme éxito, entre 1934 y 1947.
 
Haciendo una simple búsqueda en internet encontramos que se trataba del norteamericano Albert Hackett (1900-1995) quien, junto con su esposa Frances Goodrich, escribió no solamente la ya citada serie, sino algunos de los más grandes éxitos de Hollywood entre las décadas de los 30, 40 y 50. Hackett y Goodrich, por ejemplo, hicieron la adaptación de “El diario de Anna Frank” (1959). Su adaptación teatral de esta misma obra ya les había dado un Premio Pulitzer en 1956.
 
En todo caso y más allá del dato de su verdadera identidad, no cabe duda de que el testimonio del “Hermano Matthew” sobre el horror del bombardeo atómico de Japón tuvo un profundo impacto tanto en Thomas Merton como Ernesto Cardenal. El nicaragüense escribiría uno de sus más célebres poemas sobre el tema: “Apocalipsis” (1965). Mientras que Merton no sólo escribiría importantes textos, tanto poéticos como ensayísticos, sobre la guerra nuclear sino que se convertiría, desde finales de los 50 hasta su muerte en 1968, en uno de los críticos más importantes e influyentes de la carrera nuclear durante la Guerra Fría, condenando, de manera enérgica, uno de sus aspectos más brutales: la doctrina norteamericana del “ataque nuclear preventivo” contra la URSS.
 

martes, 23 de julio de 2013

HUGO CHAVEZ, LECTOR DE NIETZSCHE


 
(Para Reinaldo Iturriza)

Entre las diversas propuestas para celebrar la vida y el legado de Hugo Chávez una de las más felices ha sido la de crear un Centro de Altos Estudios dedicado a su pensamiento. Se trata de un proyecto de enorme importancia para nuestra patria y para toda Latinoamérica, particularmente en esta coyuntura histórica en la que resulta crucial iluminar con la presencia de Chávez todo el proceso de consolidación de la unidad de la región y, de manera simultánea, avanzar por el sendero del socialismo bolivariano dentro de nuestro país.

Recordemos que el pasado 22 de abril, durante una reunión en la Biblioteca Nacional, con intelectuales y comunicadores populares, el Presidente Maduro llamó a la creación de un Centro de Altos Estudios del Pensamiento del Comandante Chávez, designando, de manera muy acertada, a Adán Chávez como director de esa institución. En ese mismo encuentro, el Presidente Maduro giró instrucciones para comenzar la digitalización de la biblioteca personal del líder supremo de la revolución, la cual abarca unos catorce mil libros, comenzando por unos tres mil volúmenes, de uso permanente, en los cuales Chávez nos dejó múltiples anotaciones.
 

Resulta imposible exagerar el inmenso valor de esa "marginalia", de esas anotaciones al margen de sus libros, para reconstruir parte de la biografía intelectual de Hugo Chávez.  A manera de ejemplo, piénsese solamente en toda la riqueza de sus comentarios, trazados en los márgenes de los grandes clásicos de la filosofía política o de nuestra historia. Imaginemos, por un momento, lo que pudo haber comentado o subrayado sobre las nociones de virtud y fortuna en Maquiavelo, para citar un ejemplo relevante entre muchos otros.

Dentro de toda esa vasta constelación de lecturas quisiera recordar una de las últimas y de mayor significación: me refiero a su relectura del "Zaratustra" de Nietzsche, iniciada en julio del 2011.
 

Vale acotar que existe una larga tradición de lecturas de Nietzsche desde la izquierda. Incluso antes de su muerte sus ideas resultaron muy atrayentes entre los anarcosindicalistas de Europa y los Estados Unidos. Citemos, para ilustrar lo anterior, a Emma Goldman o a importantes sectores de la intelectualidad del anarquismo ibérico durante la guerra civil española. Ya dentro del campo socialista, comenzando el siglo XX, la impronta de Nietzsche en la obra de Jack London, para citar otro ejemplo de relieve, ha sido reconocida ampliamente. Fue a partir de la Primera Guerra Mundial y como resultado de las manipulaciones groseras de su hermana, Elizabeth Förster-Nietzsche, que comenzó la inmerecida fama del filósofo como "protofascista". Una caracterización que terminará haciendo canónica, para amplios sectores de la izquierda marxista, Georg Lukács en su "Asalto a la razón".

Precisamente para contrarrestar las manipulaciones de Förster-Nietzsche, Georges Batalle publicaría diversos textos (desde 1937 hasta la escritura de su conocido libro, publicado en 1945) contra la apropiación nazi-fascista del filósofo. Paralelamente no podemos dejar de mencionar la huella de Nietzsche en Walter Benjamin y sus muy influyentes "Tesis sobre filosofía de la historia", particularmente en la lectura que hace de la idea de "Eterno retorno" expuesta por Blanqui, tras la derrota de la Comuna de Paris. Es muy probable, por cierto,  que la versión blanquista, haya sido conocida por Nietzsche. Toda esta última vertiente, además, se encuentra íntimamente relacionada con las lecturas que del autor de "Zaratustra" articularían, en los 60 y 70, dos pensadores asociados a la generación del mayo francés, Gilles Deleuze y Michel Foucault.

Ya en América Latina, recordemos el hondo impacto de Nietzsche en el pensamiento de Mariátegui. En esa misma orientación, de acuerdo con Néstor Kohan, se sabe que el Che Guevara estaba trabajando en un texto sobre Nietzsche cuando cayó en combate en 1967. Finalmente, dentro del contexto venezolano, Pedro Duno, uno de nuestros marxistas más originales, dedicó varios de sus cursos, en la Escuela de Filosofía de la UCV, durante las últimas décadas del siglo XX, al autor de "Así hablaba Zaratustra". Se dice que cuando Duno y Ludovico Silva se conocieron, a principios de los 60, el primero le preguntó al segundo: "¿qué puedes decirme?" y Ludovico le habría contestado con una frase de Nietzsche: "Toda la oscuridad del mundo nada puede contra la luz del ser".

Puede decirse, con justicia, que buena parte de todo lo anterior gravitó en torno a aquel momento, de julio del 2011, cuando Fidel Castro le trajo a Hugo Chávez una copia de "Así habló Zaratustra" durante la convalecencia del venezolano en La Habana. No es por tanto para nada casual que, un año después, durante uno de sus más importantes discursos de la campaña electoral del 2012, Chávez haya sostenido: “Soy como el Eterno Retorno de Nietzsche, porque en realidad yo vengo de varias muertes…"

Cabe preguntarse, en este punto, ¿qué es esa noción nietzscheana de Eterno Retorno y cual pudiera ser su significado ético-político en la referencia hecha por Chávez dentro de lo que sería su última campaña electoral?

La idea de "Eterno Retorno" es muy antigua y ha sido evocada, en incontables ocasiones, por filósofos y artistas. Surge, principalmente, como una especulación de carácter cosmológico: si el número de átomos que componen toda la materia del universo es finito y si, paralelamente, el tiempo es infinito, todas las combinaciones posibles de ese número finito de átomos se repetirán, una y otra vez, a lo largo de la eternidad. De ello, en una versión mecanicista como la de Blanqui, se desprende que todo lo que conocemos como historia, tanto en su sentido colectivo como individual, se repetirá una y otra vez, para siempre.

Pero, en su polémica contra el historicismo y el  positivismo dominantes en el siglo XIX, Nietzsche articuló una visión particular del Eterno Retorno la cual , sin negar sus orígenes en la ya citada especulación cosmológica, articula también una ética de enorme significación política en mi opinión. Deleuze, en su libro más hermoso, la resume de este modo, sin que sea para él, por cierto, lo más importante del Eterno Retorno nietzscheano:

Como pensamiento ético, el Eterno Retorno es la nueva formulación de la síntesis práctica: Lo que quieres, quiérelo de tal manera que quieras también el eterno retorno. «Si, en todo lo que quieres hacer, empiezas por preguntarte: ¿estoy seguro de que quiero hacerlo un número infinito de veces?, esto será para ti el centro de gravedad más sólido». Una cosa en el mundo le repugna a Nietzsche: las pequeñas compensaciones, los pequeños placeres, las pequeñas alegrías, todo lo que es concedido una vez, sólo una vez…

 
Lo anterior postula que ante cualquier decisión existencial, ante cualquier encrucijada personal o política, habría que plantearse, desde la perspectiva nietzscheana, si se desea que el curso tomado, lo que se está por hacer, se repita eternamente de acuerdo con la cosmología propuesta por el Eterno Retorno. No habría un amor más grande a la vida que desearla, una y otra vez, tal y como ha sido. En este punto Eterno Retorno y amor al propio destino se hacen indistinguibles recordando, además, que la política también es destino.

Porque, como seguramente supo Chávez mientras cerraba las páginas de su edición de "Zaratustra", amar el mundo es quererlo todo de nuevo, una vez más y para siempre.
 
 

domingo, 22 de mayo de 2011

LA ACTUAL COYUNTURA EN EL MEDIO ORIENTE Y LA EMERGENCIA DE UN NUEVO “NOMOS DE LA TIERRA”




Nos encontramos ante cambios geoestratégicos de largo alcance en el Medio Oriente. Los indicios se multiplican ante nuestros ojos mientras, simultáneamente, asistimos, en el plano global, al surgimiento, necesariamente conflictivo, de un nuevo “nomos de la tierra”, un vasto reordenamiento de los territorios y de las “esferas de influencia” entre las potencias existentes, las emergentes y los diversos bloques regionales en pugna por los recursos energéticos del mundo.
Mucho se ha escrito sobre el declive del poderío unilateral de los EEUU y sobre la debacle del proyecto neoconservador que dominó la política exterior de ese país hasta hace poco tiempo. Algunos analistas sostienen que el declive norteamericano nos coloca ante el umbral de un mundo “postliberal”, un mundo en el que los valores del liberalismo ya no serían los dominantes. Sea como sea, todo indica que nos encontramos al final de una secuencia histórica dominada, de manera absoluta, por Washington. Recordemos que dicha secuencia va desde el colapso de la URSS, pasando por la intervención “humanitaria” de Clinton en los Balcanes, los atentados del 11 de septiembre del 2001 y el inicio de la “guerra infinita”: de Bush contra el terrorismo islámico, hasta llegar a la ejecución, de importancia más simbólica que real, de Osama Bin Laden hace pocos días.
No hay nada nuevo en el hecho de que el Medio Oriente sea uno de los escenarios centrales de las luchas entre las potencias por tratar de decidir la estructuración del orden mundial. El elemento radicalmente nuevo, potencialmente portador de toda suerte de contingencias, se encuentra en las diversas protestas que estremecen al mundo árabe, desde el norte de África hasta el Golfo arábigo, a partir de diciembre del 2010.
De todos los acontecimientos que, de manera vertiginosa, han estremecido la región desde diciembre pasado (incluyendo la guerra civil en Libia y la invasión saudita contra Bahréin) ha sido el derrocamiento de Mubarak el evento de mayores implicaciones, la grieta más profunda en el estatus quo, al menos en lo que tiene que ver con dos actores fundamentales en la región, Arabia Saudita e Israel. Para Tel Aviv el fin de la era Mubarak ha significado el comienzo de un periodo de incertidumbre en su conflictiva relación con el mundo árabe. Egipto era el puntal de un orden laboriosamente alcanzado, a principios de los 80, en Camp David. Hoy por hoy podemos encontrar, en la esfera pública egipcia, fuerzas que cuestionan ese status quo, proclamando la necesidad de revisarlo a fondo o de abandonarlo. Habrá que esperar hasta las elecciones de noviembre de este año para que empiece a delinearse un panorama más claro en lo que respecta a las relaciones entre Israel y Egipto.
Por otra parte, hay diversos indicios de que en Israel se está intensificando la sensación de aislamiento con respecto a la región. No es difícil imaginar que, de profundizarse esta percepción, se incrementaría, a su vez, la paranoia de la extrema derecha que controla las instancias decisoras en Tel Aviv, aumentando, todavía más, el riesgo de que el gobierno israelí emprenda acciones militares unilaterales contra sus adversarios regionales.
Paralelamente a lo anterior, debemos destacar la reacción saudita ante el derrocamiento de Mubarak. La insistencia de Riad de sostener, contra viento y marea, al dictador egipcio junto con su abierto desagrado ante la decisión norteamericana de respaldar, de manera tardía, al movimiento de protestas en su contra y pedir su salida del poder, todo ello resulta sintomático de la ansiedad que genera en el liderazgo saudita cualquier elemento que cuestione el estatus quo existente.
El gobierno de Riad es, sin duda, el motor regional más importante de la reacción conservadora. La monarquía saudita se postula como una suerte de modelo político intemporal, imperturbable ante cualquier exigencia de cambio o reforma. Riad nunca aceptará que se expanda por la región ni el islamismo “light” ejemplarizado por Turquía (un modelo para el Medio Oriente que parecen favorecer ciertos sectores de Europa y los EEUU) ni, mucho menos, por razones harto conocidas, una República Islámica al estilo Irán.
Para constatar que el reino saudita es uno de los epicentros de la reacción, basta con observar la forma en que ha tratado los conatos de protesta dentro de su propio territorio y sus iniciativas a nivel del Consejo de Cooperación del Golfo. Todo ello sin descartar la posibilidad de que Riad esté ayudando a promover las manifestaciones contra el gobierno sirio, intentando debilitar o quebrar el eje Damasco-Teherán.
A nivel del Consejo de Cooperación del Golfo, Arabia Saudita y Qatar han acordado una “división de funciones” con la OTAN que expone, en gran medida, la racionalidad maquiavélica que sustenta los esfuerzos para alcanzar el “cambio de régimen” en Libia.

Antes que nada hay que destacar que este diseño de acción política sólo puede entenderse, con todas sus implicaciones, si se lo valora como inserto dentro de una estrategia general, coordinada a través de diversas instancias de la diplomacia multilateral, tales como la “Iniciativa de Estambul” de la OTAN, la Liga Árabe y el ya referido Consejo de Cooperación del Golfo. Se trata de una estrategia que pretende reorientar o canalizar el actual impulso de los levantamientos en todo el mundo árabe hacia objetivos que estén en concordancia con los intereses de la OTAN y de las monarquías de la Península Arábiga.
Una de las razones por las cuales Qatar se involucró, de manera tan directa, en la intervención contra Libia tiene que ver con un intento coordinado de desplazar la atención internacional de la crisis en Bahréin, facilitando, de este modo, el accionar de las tropas invasoras sauditas en Manama. Todo ello, seguramente, fue acordado durante la reunión en Doha, el 15 de febrero pasado, de la “Iniciativa de Estambul” de la OTAN y durante las respectivas visitas de David Cameron y del Almirante Mullen, el 22 y 23 de febrero, a Qatar.
Para decirlo con otras palabras, la “división de funciones”, entre los países del CCG y de la OTAN, acordada en relación con la crisis de Bahréin y la coyuntura en Libia, fue la siguiente: mientras a Arabia Saudita le correspondió invadir a la diminuta nación isleña, Qatar (con esa poderosa herramienta de modelación de percepciones llamada “Al Jazeera”) se puso a la cabeza de la iniciativa árabe contra Libia, en un esfuerzo por dirigir la atención de buena parte de la esfera pública hacia un punto lo más alejado posible del conflicto bahreiní. Este último conflicto se encuentra situado en el corazón mismo del Golfo y, de salirse de control, pudiera involucrar un choque armado nada menos que con Irán. Qatar no interviene directamente en Bahréin porque no desea, en lo absoluto, empañar sus buenas relaciones con Teherán (las mejores dentro del CCG) puesto que comparte con Irán el estratégico “Campo Norte” el cual contiene, bajo las aguas del Golfo, aproximadamente, un 24% por ciento de las reservas gasíferas del mundo.

La opinión pública mundial, hoy por hoy, prácticamente no discute lo que acontece en Manama (cientos de detenidos, decenas de desaparecidos, varios condenados a muerte, un par de decenas de mezquitas chiitas destruidas, etc.) ya que tiene sus ojos fijos en Libia. Al mismo tiempo, no cabe ninguna duda de que, para Qatar y el CCG, Bahréin resulta mucho más importante y crucial que lo que pueda ocurrir, eventualmente, en el norte de África. Bahréin, aparte de sede de la V Flota Norteamericana, sigue siendo la “línea roja” que, bajo ningún concepto, desde el punto de vista de los intereses de las monarquías regionales y de las potencias occidentales, puede ser cruzada por Irán o tomada por sus aliados naturales los chiitas oprimidos por el régimen de al-Jalifa.
También dentro del marco del Consejo de Cooperación del Golfo debe destacarse otra iniciativa respaldada por Riad: el inicio del proceso de adhesión de Jordania y Marruecos a ese mecanismo regional. Se trataría de una nueva arquitectura comercial, de seguridad y defensa que unificaría a todas las monarquías del Medio Oriente y le daría profundidad estratégica a los Estados del Golfo hacia el Norte de África y también hacia una de las fronteras más importantes del conflicto árabe-israelí.
En medio de todo este panorama, la muerte de Bin Laden, aparte de ofrecerle al público norteamericano una “victoria” hollywoodense, luego de casi diez años de guerra ininterrumpida, abre la posibilidad cierta de sacar a una parte considerable de las tropas de EEUU de Afganistán, dejándolas disponibles para cualquier otra contingencia bélica que aparezca en la región. Esto último, de cara a la creciente paranoia anti iraní promovida por Riad y Tel Aviv, hace todavía más factible cualquier confrontación futura con Teherán.
Si a lo anterior, le sumamos la creación de un ejército de mercenarios en Emiratos Árabes Unidos por parte de Blackwater (empresa rebautizada como “Xe Services LLC”) con un contrato de más de 500 millones de dólares, con el propósito de establecer una fuerza capaz de aplastar cualquier rebelión interna y proteger al país de “atentados terroristas”, resulta evidente que las elites de los Emiratos proyectan, a corto y mediano plazo, peligrosas contingencias regionales.


Retomando lo que planteamos al inicio de este ensayo, la coyuntura regional del Medio Oriente se encuentra estrechamente vinculada al surgimiento de un “nuevo nomos de la tierra”. Si, a principios de la Guerra Fría, Carl Schmitt utilizó el concepto de “nomos”, situándolo  en una dimensión geopolítica, para describir el fin de un orden internacional centrado en Europa, hoy por hoy, el “nuevo nomos” terrestre comienza a articularse en torno a los poderes emergentes en el Oriente, con China y la India a la cabeza.
Algunos datos permiten ilustrar lo anterior en relación con el Golfo Arábigo, a manera de ejemplo: en el 2005 Beijing inauguró su base naval de Gwadar, en Pakistán, situada cerca de la boca del Estrecho de Ormuz, con lo cual China adquiere profundidad estratégica en el mar arábigo y trata de asegurar su ruta de suministro de energía. Por otro lado, en el 2009,  las exportaciones petroleras sauditas a China excedieron, por primera vez, a las que hicieron a los Estados Unidos. Al mismo tiempo, el 70% de las necesidades energéticas de la India son cubiertas por el gas y el petróleo de los Estados del Consejo de Cooperación del Golfo.
En este contexto, no cabe duda de que las monarquías del Golfo están “huyendo hacia adelante”, proyectando estratégicamente su poder e influencia hacia un mundo en el que los Estados Unidos ya no podrán seguir asumiendo el rol de policía global. Quizá se trate de un mundo “postliberal” que pudiera mostrar una mayor comprensión política hacia las monarquías unificadas en el nuevo Consejo de Cooperación del Golfo.